TRASCENDER, CONTABILIDAD Y GESTIÓN
Déniz Mayor, J. J., Arteaga Arzola, L. M., y Manrique de Lara Peñate, C.
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Vol. 7, núm. 19 / enero – abril del 2022 DOI: https://doi.org/10.36791/tcg.v7i19.135
Pp. 107-149
y el método usado para su obtención, muchas veces con una base muy subjetiva al estar sustentada en estimaciones. En este aspecto, Gallizo (1990) sostiene que tales dotaciones son constitutivas de valor añadido, basándose en la concordancia que este planteamiento tiene con los cálculos macroeconómicos, donde el valor añadido se obtiene bruto de amortización. A su vez, cuestiona la subjetividad inherente a la estimación de la depreciación, entendiendo que la amortización deba tratarse como parte de la autofinanciación de la empresa, mostrándose en dicho caso junto con los beneficios retenidos para la propia entidad, como uno de los destinos últimos en la distribución del valor añadido . Este posicionamiento elimina la subjetividad ya que, según Azcarate y Fernández (2013), al no formar parte de la generación del valor añadido, solo tendrá repercusión en la diferenciación que se haga entre fondos, bien sea de financiación de mantenimiento (amortización propiamente dicha) o de crecimiento (renovación y mejora), afectando únicamente en ambos casos al mismo partícipe, la propia empresa.
Bajo el enfoque del valor neto, las amortizaciones, provisiones de pasivo (salvo las de personal y para la Hacienda pública) y deterioros de valor son considerados un coste para la creación de riqueza (a través de la disminución del valor de activo en el caso de las amortizaciones y los deterioros de valor y el afloramiento de un pasivo a través de las provisiones) y, por tanto, minorarían la cifra de negocios. Riechmann y Lange (1981) argumentan que dichos conceptos están
relacionados con operaciones comerciales de intercambio de bienes y prestaciones de servicios. Así, la amortización representa una parte de la salida de recursos que se emplearon para adquirir un inmovilizado y en proporción a su vida útil en la empresa; las provisiones suponen el reconocimiento de la probable futura salida de recursos mientras que el deterioro, de la probable minoración de la entrada de recursos que se producirá como contraprestación a la baja/uso en la empresa de los activos que se estiman se están deteriorando. Este último posicionamiento sigue estrechamente los principios contables, especialmente los principios de devengo y prudencia. Pastor et al . (2011) también optan por el valor neto, ya que entienden que las amortizaciones no producen un movimiento de fondos, al tratarse de la expresión económica de la depreciación de activos por su uso en el proceso productivo y, por tanto, un componente del coste de las ventas.
Morley (1979, pp. 626-628) centra su apoyo al enfoque neto en los siguientes aspectos: la empresa puede distribuir entre los partícipes el 100% del valor añadido neto, pero no puede distribuir el 100% del valor añadido bruto porque parte de ese valor ya está consumido en la propia empresa. Por lo tanto, el valor añadido neto puede ser una base más justa para el cálculo de, por ejemplo, los bonos de productividad.
Un argumento adicional es que, si la empresa registra la aplicación de materias primas y otros
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Este es el enfoque que subyace bajo la noción tradicional de Fondo de amortización , considerada como una partida integrante de los fondos
propios de la empresa (si bien desde el punto de vista de la regulación española figura en el activo del balance como un menor valor de los elementos representados). Desde tal perspectiva, que conforma el denominado significado financiero de la amortización económica (Fernández, 1983), dicho fondo es creado con el objeto de compensar deterioros de valor o depreciaciones sufridas por los elementos patrimoniales. El importe de este fondo crecerá, ejercicio a ejercicio, en igual cuantía que la dotación, por lo que al final de la vida útil económica del bien amortizable la entidad podrá efectuar su reposición con los importes materializados en el activo equivalentes al montante de dicho fondo .