Lovera Torres, J. G.

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Vol. 9, núm. 25 / enero abril del 2024

profesionalización, que ostentan los usuarios de una determinada entidad. Dicho manejo se lleva a cabo con la intención de mejorar los servicios y procesos, a fin de constituir una organización más eficiente y competitiva en el mercado donde esta se desarrolla.

A tenor de lo previamente discernido, Tiwana (2020, p. 52) considera que la gestión del conocimiento “suele ejecutarse mediante el uso de documentos, bases de conocimientos, rutinas, prácticas o normas que se instauran en una organización ”. Del mismo modo, Escorcia Guzmán y Barros Arrieta (2020, p. 84) exponen que la gestión del conocimiento “no se trata de un concepto innovador ”, pues el mismo ya ha sido esclarecido por múltiples estudiosos a través de las últimas décadas. Sin embargo, la notoriedad que ha captado esta disciplina recientemente viene dada porque las empresas han recurrido a ella para implementar nuevas formas de ordenamiento y de estructura organizacional.

En este punto, los autores antes citados mencionan que es a través de la gestión del conocimiento que se puede manejar el capital intelectual de una empresa, entendiéndose este como “la combinación de activos inmateriales que permite funcionar a la empresa ” (p.52). En otras palabras, el capital intelectual se trata de los hallazgos producidos en la organización, los saberes, las prácticas y habilidades, así como la experticia y destrezas que ostentan los individuos de una entidad.

Aunque para efectos de esta disertación no se pretende profundizar de manera exacerbada sobre el tema del capital intelectual, se hace necesario discernir brevemente sobre este concepto, en virtud que el mismo está íntimamente ligado a la gestión del conocimiento.

En consecuencia, Brooking (2017, p. 26) considera que el capital intelectual son los activos intangibles que posee una organización, y se dividen en:

“activos del mercado (marcas, clientela, contratos, acuerdos, licencias), activos de propiedad intelectual (patentes, derechos de diseño, derechos de autor, secretos de fabricación), activos centrados en el individuo (pericia colectiva, creatividad, liderazgo y capacidad empresarial y de gestión encarnada en los empleados), y activos de infraestructura (tecnologías, métodos y procesos que hacen posible el funcionamiento de la organización) ”.

Siguiendo esta misma línea de ideas, se considera que el capital intelectual hace referencia a “los elementos que se encuentran directamente vinculados con el conocimiento que se maneja en una organización ” (Ficco, 2020, p.163). Además, el capital intelectual “es una expresión de carácter amplio ”, pues “engloba una gran variedad de conceptos, entre los que se incluyen el conocimiento de los empleados, las rutinas organizativas, la calidad de los procesos, productos y servicios, el capital tecnológico, la capacidad de innovación, entre otros ” (p. 165).

De acuerdo a lo anterior, se permite puntualizar que la noción de capital intelectual guarda una estrecha relación de reciprocidad con la gestión del conocimiento, pues es precisamente a través de esta disciplina que se logra manejar el capital intelectual en las organizaciones. Permitiendo así que estos establecimientos conserven y difundan los discernimientos y las prácticas que se desarrollan en sus espacios, no sólo desde el punto de vista de lo concreto o de lo perceptible, sino también desde lo etéreo e inmaterial. Tanto la gestión del conocimiento como el capital intelectual ayudan a generar valor e importancia, así como un sentido de competitividad y éxito en las organizaciones.